Las monjas llevaban dos túnicas, una capa y un velo. Con la aparición de las órdenes monásticas, el traje sirvió de elemento diferenciador entre las distintas órdenes: los benedictinos llevaban un escapulario sobre el hábito, de color negro; los cistercienses usaban cogulla, una túnica con capucha, de color blanco. Por lo general, eran personajes urbanos, de origen burgués -aunque en ocasiones renunciasen a esta distinción-, a menudo con profesiones liberales y aficionados a las novedades tecnológicas.