Confeccionadas con huesos de reno, marfil de mamut o colmillos de focas, existen vestigios arqueológicos de estas agujas desde hace 40 000 años. Las agujas permitían coser pieles unas con otras y confeccionar prendas con formas adaptadas al cuerpo. Se abandonaron los cuellos de lechuguilla, así como los adornos excesivos en jubón y calzones, aunque las telas eran suntuosas, con encajes y almidonados de lino blanco que servían de contrapunto al negro, así como unos lazos en forma de roseta en ciertas partes de las prendas.