En el caso específico de los cartones de Goya, los tejedores de la Real Fábrica interpusieron quejas en contra del aragonés por el detalle con el que realizaba los bocetos, en especial el de La pradera de San Isidro (1788). Este boceto, de carácter preimpresionista, cuenta con tal cantidad de minúsculos detalles que hacen imposible su conversión a tapiz. Pero en el tapiz eran necesarios más pormenores -contrario a lo que sucedería años después con La pradera de San Isidro- y la luminosidad del cuadro original debió esparcirse.