En el Imperio otomano, la expansión territorial y el comercio proporcionaron una gran riqueza, que se reflejó en el vestir. En esta etapa la libertad creativa fue total debido a la multiplicidad de tendencias, ya que predominó el concepto del «todo vale»: faldas largas y cortas, prendas anchas y ceñidas, tonos oscuros y alegres, todo se lleva al mismo tiempo y cualquier producto tiene su público. Destacó la industria de la seda, con un importante centro de producción en Bursa, donde se confeccionaban brocados y terciopelos para la corte; más tarde destacaron los talleres de Constantinopla, situados en un patio del palacio de Topkapı.